04 septiembre 2011

mi locura tiene nombre propio

     Tuve un orgasmo, si, hablando contigo. No recuerdo de qué hablabas, sólo que me mirabas (más al pecho que a los ojos) y que no podía escuchar tu voz cegada por mis fantasías. No sabes la de veces que lo he pensado... tu, yo, y nada más. Tal vez el baño del final del pasillo, tal vez un aula vacía durante cinco minutos. 
     Y es que cuando me pones la mano inocentemente en la rodilla o me echas el brazo por encima del hombro, solo con ver que se te escapa una mirada hasta mi escote... me vuelvo loca.
     Se pasean por mi cabeza imagenes indecentes de obsesión sexual provocadas por sadicas feromonas que se dedican a alterar mi estado natural. Me veo pegándote un empujón hacia el pasillo de los aseos, te veo agarrándome de las nalgas, levantándome abierta de piernas contra tí, abriendo la puerta de una patada, empotrándome contra la pared mientras me muerdes en el cuello donde al día siguiente tendré un moratón del tamaño de África...
     Quiero marcar esas enormes espaldas con mis uñas, morder tu mano cuando me tapes la boca para ahogar los gritos de dolor, tirarnos de los pelos, arrancarnos los pantalones y follar como salvajes. Quiero que te duela, que cuando te corras me mires y mires tu pecho lleno de arañazos y pienses en ella, en que le has sido infiel y que te duela, pero que sea tan perversa la locura que sientas por mi que no puedas dejar de follarme.

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